Malta, la cita obligada de 2018

Hay que tener claro lo que buscamos al intentar localizar Malta en un mapa: una diminuta, apenas visible, porción de tierra perdida en la inmensidad salobre mediterránea, escondida entre la gigantesca Sicilia y las costas de Túnez.

Una vez localizada, algún ingenuo podría llegar a pensar que hemos dado con una isla sin interés ni relevancia histórica. Craso error, nada más lejos de la realidad: conviene recordar que, en el pasado, gracias a su estratégica posición geográfica, Malta era la pieza más codiciada para invasores de todas las culturas que pugnaban por extender su poderío político y militar a lo largo y ancho del Mediterráneo. Salvo los fenicios (que la ocuparon pacíficamente gracias a sus sagaces acuerdos comerciales), el resto de imperios convirtieron Malta en un continuo campo de batalla sangriento. Pero ninguna de aquellas invasiones supieron o pudieron dejar una huella tan profunda (y todavía visible) como el asentamiento, en 1530 (ocho años después de abandonar Rodas tras su derrota frente a las tropas de Suleiman el Magnífico) de la Soberana Orden militar y hospitalaria de San Juan de Jerusalén, Rodas y Malta, conocida desde entonces como Orden de Malta.

Cuentan los escritos que el pequeño archipiélago (Malta, Gozo y Comino) fue cedido por el emperador Carlos V con la única condición de que la Orden le entregara, cada año, un halcón adiestrado en el noble arte de la cetrería. Pero la Orden de los Caballeros no desembarcó en Malta sólo con su músculo militar y su fervor religioso, sino que también aportaron sus grandes fortunas; durante más de dos siglos, esta importante inyección económica sirvió para edificar castillos y bastiones defensivos, descomunales iglesias y ostentosos palacios para dar cobijo a los descendientes de la más selecta nobleza europea. Absolutamente todo fue construido siguiendo un patrón común, utilizando sillares de piedra blanca que, con el tiempo, adquirió una pátina dorada que contribuyó en ensalzar aun más su grandeza.

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La Valeta, capital de Malta, lleva su nombre como homenaje a Jean Parisot de La Valette, Gran Maestre de la Orden que defendió la isla y repelió la invasión otomana en el año 1565. Es complicado encontrar otra ciudad con una apariencia tan monumental y espectacular, teniendo en cuenta que su población apenas supera los ocho mil habitantes. Su trazado urbanístico, basado en el diseño geométrico de un damero, impresiona con sus calles rectilíneas, con pronunciadas pendientes, flanqueadas por casas adornadas con galerías de madera multicolor y rodeadas por inexpugnables murallas. El mirador de los Jardines Upper Barrakka es el mejor enclave para contemplar el puerto de Malta, uno de los fondeaderos naturales más seguros del Mediterráneo, además de conseguir unas magníficas vistas de las vecinas «Tres Ciudades»: Senglea, Cospicua y Birgu, también conocidas como La Cotonera, esta vez en honor a otro Gran Maestre, Nicolás Cottoner, quien construyó sus defensas. En Birgu se instaló la Orden en un primer momento, antes de fundar La Valeta.

Merece mucho la pena pasear con tranquilidad por sus calles (al contrario de La Valeta, estrechas y de trazado sinuoso) plagadas de palacios y albergues de Caballeros. El Palacio del Inquisidor es un magnífico ejemplo de esos edificios palaciegos; entre otras dependencias se pueden visitar la inquietante sala del Tribunal y las mazmorras. En alguna de ellas todavía se pueden ver mensajes tallados en las piedras por los angustiados reos que esperaban ser interrogados y posteriormente ajusticiados.

Capital Cultural 2018

Durante este año, el turno de Capitalidad Cultural Europea ha recaído en La Valeta, compartiendo este honor con la ciudad holandesa de Leeuwarden. Entre los centenares de eventos programados, destaca la inauguración del nuevo espacio «Valeta City Gate», un ambicioso proyecto diseñado por el arquitecto Renzo Piano que incluye la restauración del antiguo puente de entrada a la ciudad y su foso, la construcción del Teatro de la Ópera y la nueva sede del Parlamento. Sería imperdonable abandonar La Valeta sin haber visitado la concatedral de San Juan; tras la sorprendente sobriedad de su fachada nos aguarda un interior donde la palabra opulencia se queda corta. El suelo del templo es un auténtico cementerio, ya que bajo cada losa de mármol (hay más de 400) descansan los restos de un Caballero Hospitalario. Por si fuera poco, en el Oratorio se guardan dos pinturas de Caravaggio; una de ellas la «Decapitación de San Juan Bautista» está considerada como la obra maestra del genio del barroco.

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Volviendo a los orígenes de Malta, hay que citar a Mdina, su primera capital hasta que los Caballeros decidieron que estaba demasiado lejos del mar. Situada en lo alto de una colina, recomendamos recorrer sus callejuelas al atardecer, cuando apenas quedan turistas y la cálida luz del atardecer tiñe de tonos cálidos las piedras calizas. Es el momento para descubrir por qué la llaman la «cuidad del silencio». Antes, conviene visitar el Palazzo Falson, uno de sus edificios más antiguos convertido desde 2007 en un curioso museo repleto de obras de arte.

Gozo y Comino

Malta puede presumir de muchas cosas, pero la abrupta geografía de su costa no le ha regalado demasiadas playas idílicas. Sin embargo, la transparencia de sus aguas convierten a Gozo y Comino en lugares de culto para los amantes del buceo. La Laguna Azul, una auténtica piscina natural situada entre Comino y Cominotto, es un escenario de postal para un baño inolvidable. Eso sí, mejor visitarla a primera hora para evitar aglomeraciones. Cruzar de Malta a las dos islas resulta cómodo gracias a los ferrys que salen cada 20 minutos.

Más antiguos que Stonehenge y las pirámides de Guiza, los Templos megalíticos de Ggantija (inscritos en la lista de Patrimonios de la Humanidad) son el testimonio de una civilización que se asentó en Gozo 3.900 antes de Cristo. Están considerados como las construcciones religiosas más antiguas y mejor conservadas del mundo.

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